Una persona puede hacer mucho por su entorno, pero una organización puede hacer más.
Cientos de personas pueden impactar, pero cientos de organizaciones y empresas pueden transformar el mundo.
Debemos haber escuchado cientos de veces que cuando uno es adolescente es idealista, de adulto realista y en la vejez conformista. Dejamos la infancia y nos sumergimos en la adultez con la impresión de que la vida de los “grandes” tiene que ver solamente con la familia, el trabajo y los amigos. Y los sueños de adolescente o las historias en las que depositábamos nuestra fe, acerca de la posibilidad de cambiar el mundo y dejar nuestra huella, fueron quedando atrás.
A fines del siglo pasado tomo fuerza el concepto de Responsabilidad Social Empresaria (RSE). Y entonces volvimos a pensar en “hacer la diferencia”. Bajo esta denominación, se integran todas las acciones llevadas a cabo por las empresas para producir mejoras sociales, económicas y ambientales en su área de influencia, a partir de la aceptación de su propia ciudadanía, el reconocimiento de derechos y obligaciones que van más allá de la maximización de utilidades.
El derecho civil convirtió a las empresas en personas (jurídicas). La RSE, en ciudadanas.
Este nuevo entendimiento de la capacidad de construcción que tienen las empresas en cuanto organización humana, puede contribuir a la cohesión, a la unidad y por eso es tan importante que los programas de liderazgo incluyan objetivos de responsabilidad social empresaria.
Es posible atender las obligaciones del trabajo y los compromisos con los accionistas, al mismo tiempo que construimos un mundo mejor.
domingo, 27 de enero de 2008
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